25/3/14

No te muevas.

Me besó intensamente y me tumbó en ese suelo antiguo de roble. Se puso encima mía y con símbolo de poderío agarró mis manos para que no las moviera.
Su peso era tan brusco, que me imposibilitó de cualquier tipo de movimiento.
Y empezó...
Fue bajando sus besos hasta mi ombligo y allí, con desdén ante mi reacción, besó mi entre pierna.
Deslizó cada prenda de mi ropa por todo mi cuerpo, con sumo cuidado mientras me paralizaba con sus besos.
Rezé para salir viva de allí. Porque me tiritaban de placer las piernas.
Susurré unas cuántas veces su nombre, hasta que sin fuerzas, sólo quedaron los gemidos.
Cuando noté su miembro dentro de mí, noté el erotismo de su mirada. Desafiante y contempladora al verme bajo él, quieta y desnuda.
Cuando todo hubo terminado, el, como un niño, se abalanzó sobre mí. Y comenzó a llorar entre mi pecho.
Aquél niño con ese cuerpo que quitaba el aliento a más de una, tenía miedo.
Miedo a perderme.
Y... Sin quererlo, me fuí.

Negro.

Cierro los ojos.
Es una sensación mareante.
No se oye nada... Y al cabo de un rato aparece.
Batallas, ¡pero que batallas las que crea mi mente!
Lo que pudo ser.
Lo que podría haber sido ahora.
Lo que es, sin apenas saberlo.
Y... Otra vez aparece.